Si me das a elegir entre tú y mis ideas,
que yo sin ellas soy un hombre perdido,
¡ay amor! me quedo contigo.


Me quedo contigo. Los Chunguitos.

Las acusaciones de apropiación cultural de Rosalía en la actuación de los Goya no tienen mucho sentido. La rumba ha sido pura apropiación cultural desde que nació. Precisamente por eso, quienes siempre han renegado de ella son los puristas del flamenco. Como explicamos en un artículo dedicado a la tecnorumba de los 80s y 90s, se trata de un estilo que se ha dedicado a hibridarse descaradamente con todo lo que pillaba a su paso: el funk, el rock, tecno-pop, el electro… Es algo que está en sus genes.

Tampoco se puede acusar a alguien que no es gitano de «desgitanizar» un género. Cuando se hace una versión, lo interesante es saber llevarla a terreno propio. Podríamos discutir de lo feo que resulta que sean los artistas blancos los que se acaban haciendo ricos y famosos con los sonidos que toman prestados de los músicos negros, latinos o gitanos, en un mercado que suele beneficiar preferentemente a los primeros. Sin embargo, en este caso en particular, no es exactamente así. Rosalía no se está enriqueciendo vendiendo copias de su interpretación de Me quedo contigo. Siendo la artista del momento, su actuación ha despertado el interés por la original. Son las escuchas y visualizaciones de Los Chunguitos las que se han multiplicado estos días.

Quinquis de los 80 fue el título de un ciclo que programó el MACBA en 2009. El género quinqui se lleva años rehabilitando y el de Rosalía podría ser el homenaje definitivo para que el público lo conozca. Hay pocas cosas que se puedan objetar a la selección de esa canción para reivindicarlo en la gala de los Goya. Tiene relación con el cine —porque apareció en Deprisa, deprisa—  y la letra es bonita y correcta —un detalle que importa en este tipo de rumba —. De haber sido Soy un perro callejero la elegida, los tiempos exigirían cambiar alguna de sus frases como sucedió en OT con Mecano.

Igualmente, poco que objetar a que sean Los Chunguitos los elegidos para representar al género. En especial, cuando se trata de un tema de la etapa más gloriosa del grupo, con Enrique Salazar como cantante —aunque invitarlos a participar tampoco hubiese estado nada mal—. Sobre ellos, suelo hacer el comentario de que son el mejor grupo español de punk que ha existido. Su primer disco es del 77, año punki por excelencia, y su música tiene la urgencia y la agresividad características del rock de esa época.

A pesar de todo esto, la versión de Rosalía me ha gustado poco. Creo que la puesta en escena y los arreglos elegidos para la ocasión no encajan con la canción. La letra es la afirmación rotunda de una renuncia por amor. El que la canta, entre muchas cosas elevadas —la riqueza, la grandeza, la gloria, la historia, el cielo o los ideales—, se queda con la persona a la que quiere, que le hace feliz.

Para interpretar ese mensaje, se ha colocado a la diva delante de un gran coro que le da a la canción un tono solemne y sombrío que no necesita. La escenografía, el vestuario y la iluminación recuerdan a un montaje contemporáneo de una ópera en el Liceo o el Teatro Real. El Gincho, Rosalía, el escenógrafo y quienes quiera que hayan tomado las decisiones para presentar precisamente así este tema han hecho lo contrario que el rumbero de la canción: entre la pompa y la esencia, se quedaron con la pompa. Era una gala y, quizás, es lo que tocaba hacer, pero eso no le aporta credibilidad a la actuación ni evita que todo cruja.