En 1991 al mismo tiempo que en la Ruta Destroy los habituales de la discoteca El Templo se engorilaban con el tecno grabando los coros de la mítica Así me gusta a mí de Chimo Bayo, en San Juan de Puerto Rico, la fanaticada del ragga y el hip hop hacía lo propio con el dembow de la mixtape 34 de DJ Playero. La valenciana y la boricua fueron escenas pioneras que llegaron a cambiar la cultura juvenil de su época con la música y el baile. Circularon durante años en paralelo por el underground sin nunca llegar a influirse mutuamente. Les separaba un océano y, probablemente, también, unas cuantas barreras culturales y prejuicios que impidieron cualquier fusión. A mediados de la década en Valencia, hostigados por la prensa y la Guardia Civil, aceleraron la máquina y la pusieron rumbo a Cataluña donde le cambiaron la qu por la k iniciando su movimiento hardcore. En Puerto Rico, aquellos fueron los años del old school del rap y el ragga en español que se acabó encarrilando con ritmo firme hacia la explosión del reggaetón de los dosmiles. A la música de baile valenciana ya le dedicamos su episodio hace tiempo. Esta vez, vamos a sumergirnos en la cultura urbana caribeña de los noventas.

Como veis, el concepto de estado nación se les ha quedado pequeño a los episodios nacionales de la música de baile de este blog. En lugar de un territorio, ahora tienen más que ver con un idioma y, también, con un estado, pero de ánimo. Para pertenecer a esta nación, no hacen falta papeles, sino ganas de recordar y contagiarse de la energía de la música de baile de escenas pasadas presentes o futuras. Por eso, aquí no tenemos ningún inconveniente en cruzar el charco y plantarnos en Centroamérica y El Caribe para ver qué se cocinaba en las discos y saraos de allí en los noventas.

Underground y clandestino

Hoy es casi imposible poner la radio o ir a una discoteca sin que acabe sonando algún ritmo de la familia del dembow —la espina dorsal del reggaetón—. Por eso, sorprende descubrir que un fenómeno super-ventas con celebridades de fama mundial fue en sus orígenes una escena alternativa en los barrios de San Juan de Puerto Rico que las autoridades llegaron a prohibir y perseguir.

La fanaticada de la música urbana de finales de los ochenta y primeros noventa se alimentaba con la energía de mixtapes que circulaban en cassette por un circuito de distribución paralelo. Muchas veces eran los propios DJs los que vendían sus mezclas en las barriadas –o caseríos– alrededor de la capital puertorriqueña. Las habían grabado allí en pequeños estudios con los pocos medios que tenían a su alcance —básicamente, la técnica artesanal del record/pause/play sin apenas edición—. Los que se ponían a los platos eran los verdaderos maestros de ceremonias. En un momento dado, entre la música house, reggae y hip hop americana que pinchaban, empezaron a insertar a otros chavales del barrio que se habían animado a rapear en español. Así fueron surgiendo decenas de Djs, cada uno con su grupo de raperos afines más o menos fieles. Entre ellos empezó una guerra lírica donde los rivales no resolvían sus asuntos a mamporros sino con la tiraera —el nombre para la improvisación freestyle que se disparaban el uno contra el otro, animados por los DJs y el público—.

Hoy en día, todavía quedan rastros de aquella rivalidad. Entre los raperos y DJs de la época se nota el típico pique de «quién hizo qué antes de cuál«. Como suele pasar, muchos ahora barren para casa y adornan la versión que cuentan de lo que pasó, poniéndose a si mismos como protagonistas. En el fondo todos contribuyeron a su manera a hacer evolucionar el género. Pero son muchos y aquí no se trata de mencionarlos a todos. Por eso, vamos a centraremos en dos figuras con una importancia indiscutible: Negro y Playero.

DJ Negro además de discjokey, productor y caza talentos tuvo otra faceta que le colocó siempre en el epicentro: la de promotor de los parties y las discotecas en las que se sucedió todo.

En una de las competiciones de rap que organizó, quien se llevó el premio de 15 pesos fue un jovencísimo Vico C que había causado sensación al ser el primero que se atrevió a hacerlo en español. Inmediatamente, DJ Negro produjo varios temas con él en estudio. Aquello fue el inicio del rap en español en Puerto Rico. Ese tandem entre discjokey que hace de productor y rapero que da la cara ante el público fue el formato típico para colaboraciones que también usaron DJ Joel y Ruben DJ, por ejemplo.

Las canciones de aquella primera ola del género de finales de los ochenta tenían un mensaje constructivo y con conciencia social. Vico C cantaba en 1987 No a las drogas mientras que Rubén DJ hacía el Rap de la escuela y Lisa M Trampa en 1990.

El rap del house merengue comercial, que se empezó a popularizar entonces en varios países latinos, siguió ese camino festivo y comprometido con temas que hablaban de sexo seguro como Ponte el sombrero o con canciones que soltaban bombas como «hay hombres que se creen generales y que están muertos» que decía Lisa M en Menéalo.

Pero pronto, los adolescentes empezaron a identificarse con las letras explícitas. El rollo malote se acabaría imponiendo en el ambiente más underground. Los nuevos temas celebraban la marihuana y las pistolas o decían frases como las de Maldita puta de Las Guanabanas.

El género urbano empezó a tener fama de violento, machista y vulgar. Su enemiga oficial fue una senadora de La Perla que demonizó aquella escena, —que ahora además de underground se convirtió en clandestina—. Los jóvenes escondían los cassettes y CDS debajo del colchón o los disimulaban cambiándolos de caja. No solo se podían buscar un lío en casa con sus padres, la policía los rompía y multaba al que pillaba escuchándolos. Una mala imagen que ese género todavía conserva y que, posiblemente, sea para siempre. Años después en el programa Controversial, una especie del Diario de Patrica de la televisión de Puerto Rico, se trataba así el tema en su especial La guerra de los raperos:

«Lo cierto es que el rap ya no es underground. Se ha comercializado de tal manera que vende más que géneros más conocidos como la balada. Se acusa a los raperos de ser cafres, de incitar a la violencia, de odiar la policía, de glorificar el uso de armas y drogas, de poner por el piso a las mujeres, de tocarse los genitales mientras cantan, de decir palabras obscenas de promover los bailes pornográficos y de utilizar un lenguaje que solo ellos entienden.»

Para defenderse, allí estaban sentados los veteranos y las nuevas generaciones de un colectivo que había nacido en el año 90 de la mano de DJ Negro.

The Noise

Con 4000 pesos que le prestó su hermano, DJ Negro abrió a principios de los noventa la discoteca The Noise. Fue al tener una guarida para estar a su aire cuando la escena se endureció y se hizo más underground. El género urbano se orientó menos al rap y más al clubbing y, por lo tanto, al reggaetón y al sandungeo -que pasó a llamarse perrero-.

Lo que se pinchaba al principio en aquel club era el reggaetón panameño. La tradición del dancehall reggaespañol venía de décadas atrás en Panamá. Su influencia fue muy notable en el underground de Puerto Rico. Algunos todavía la niegan, pero no tiene sentido hacerlo cuando los que estaban allí lo cuentan con naturalidad. El ragga panameño se fusionó con el hip hop en The Noise y en las mixtapes del underground. El ritmo dembow se importó de Panamá —vía NY— y de allí vino también la influencia jamaicana que se nota en muchas de las interpretaciones vocales de los raperos de Puerto Rico. Los discos de Pocho Pan llegaban sin carátula. Como nadie sabía que pinta tenía aquel cantante, amigos de DJ Negro de otros barrios se aprendieron las canciones y The Noise programó conciertos anunciando al original panameño. Este capítulo panameño del dancehall en español se cuenta en otro de los episodios de la música de baile de este blog.

The Noise, además de una discoteca, fue un colectivo de DJs, raperos y productores que actuaban y se reunían allí. Los jóvenes que querían dedicarse a rapear se presentaban en el local, se les grababa y el resultado se pinchaba por las noches para ver si funcionaba. Con este método, fue la cantera de donde salieron cantidad de raperos  y regetoneros que acabaron luego teniendo éxito por su cuenta como  Ivy Queen, Las Guanabanas, Point Breakers,  Don Chezina, Baby Rasta & Gringo, Baby Ranks, DJ David, DJ Nelson, Trebol Clan, Tony Touch…

Las letras duras, que tanto escandalizaban, se alternaron con temas a los que ellos mismos le ponían la etiqueta de clean lyrics. Quizás eran menos incorrectos, pero igual de terrenales. El grupo The Noise y sus satélites eran reconocidos por conseguir capturar la personalidad de la calle o el barrio y servirla cruda. De una forma muy espontánea y colaborativa, la convertían en un movimiento juvenil excitante en torno a la música y el baile.

Fue allí también donde se empezaron a rodar vídeos que, en parte, definieron una estética que pronto acabaría fuera de control. Y, por descontado, que publicaban su propia serie de mixtapes con mucho éxito. Sin embargo, DJ Negro estaba bien atento a que el lanzamiento de sus entregas no coincidiera con las de otro DJ pionero que eclipsaba a los demás.

Playero 34-41

En los ochenta Dj playero pinchaba house y hiphop. Grababa sus mixtapes numeradas en cassettes o CDs que iban pasando de mano en mano por el barrio de Villa Kennedy en san Juan de Puerto Rico.

En 1991, lanzó su número 34 que incluía por primera vez varios inserts de jóvenes talentos locales rapeando en medio de temas de música jamaicana y hip hop norteamericano. Uno de ellos era Daddy Yankee que debutó en ese disco. Tres números después, Playero 37 de 1993 fue la mixtape pionera dedicada entera a temas cantados en español, adelantándose a la primera entrega de The Noise.

Cualquiera de las mixtapes de la serie Playero de los 90s es melaza de primera. Playero 41 es mi favorita personal con sus dos partes, una fechada en 1998 y otra en 1999. Me da la sensación de se trata de material que ya estaba grabado en años anteriores, pero no estoy seguro. Me gustan especialmente los momentos en los que el dembow se mezcla con sonidos del dance de los noventa como en Descontrol de Nicky Jam, donde suena Rhythm is a dancer de Snap. Lo reconozco, con el truco de ponerse de repente a entonar estribillos de los ochenta con letras inventadas en español de Karma Chameleon de Culture Club o Girls just wanna have fun de Cyndy Lauper entre otras —o hasta de los sesenta con el Sugar, Sugar de los Archies—, se quedan conmigo completamente.

La sesión acaba poniéndose dance y latin house. Masters at Work hicieron carrera con esos mismos sonidos y supieron sacarle partido a su alma nuyorican. Todavía se les invita al Sonar, donde dieron una sesión de 5 horas el año pasado. A Playero injustamente no le invitaron nunca, ya va siendo hora 😉