Antes del perreo, existía el huevo dancing. Dj Playero, de paso por Barcelona para pinchar en el Apolo, se lo dijo a Nando Cruz en una breve, pero jugosa entrevista que este le hizo para el El Periódico. El productor y pinchadiscos puertorriqueño—conocido por grabar las primeras cassettes del circuito underground donde se originó el reguetón— contaba que no le sorprendió cuando, en los 90s, el dembow empezó a bailarse simulando tener sexo con la ropa puesta. Era algo que, años antes, ya se había visto entre los que bailaban breakdance; los Bboys and girls de San Juan extendían sus cartones en el suelo y, durante un rato subido de tono, interrumpían sus coreografías e improvisaciones para practicar un protoperreo que se llamaba el huevo.
Dale webo, originalmente, era un paso de baile en el que los Bboys latinos de NY acercaban la cabeza de un contrincante a su entrepierna cuando entre ellos había una «quemada» —si uno entendía que el otro le había faltado al respeto—, señalando así que se estaba pasando de la raya. Toda una familia de movimientos webo con insinuaciones genitales más o menos sutiles acabaría incorporada a su repertorio .
Otro baile, probablemente relacionado, aunque menos combativo y más festivo, circulaba por la escena del hip hop de principios de los ochenta con temas como Huevo dancing de 1982. Durante la sesión, al grito de ¡dale huevo! como consigna, se abría la veda para arrimarse y frotarse un rato. Ese momento no se quedó en las calles, también entró en los clubes del underground de la ciudad, tal y como lo contaba en un documental Fab 5 Freddy.
«Bailabas con una chica y con el huevo se trataba de arrimarse al máximo. Había mucho frote de pelvis involucrado. Un baile bastante friki y muy sexual».
Fab 5 Freddy es un grafitero que quedó inmortalizado para la cultura pop en un verso de la canción Rapture de Blondie, un tema que hizo historia porque en él se escucha el primer rap que llegó a número uno en las listas de ventas. Lo interpretaba una rubia diva de la escena punk neoyorquina y su letra sirve para poner en contexto una época.
Fab Five Freddy told me everybody’s fly.
Rapture de Blondie
D.j. spinning, I said, «my, my.»
Flash is fast, flash is cool.
Francois, see’est pas flashe non due.
En el rap de Rapture, Fab 5 le está dando el OK a Debbie Harry para que le acompañe a una fiesta en el Bronx donde va a pinchar Grand Master Flash. La cantante quería escribir un tema sobre aquel DJ pionero y la escena del hip hop, que en el año 80 empezaba a sacar la cabeza fuera de los barrios donde se había originado. Fab 5 tranquiliza a Debbie diciéndole que a todos les parece bien que vaya. Las técnicas a los platos y la forma de rapear que ella ve en aquella sesión son tan originales y desconocidas fuera de la escena que ni siquiera están al alcance del mismísimo Fraçois Kervoian, uno de los DJs populares del momento en la ciudad, sigue diciendo la canción.
El tema fue un éxito comercial que se sumó a una larga tradición de blancos monetizando las innovaciones de la música negra, tantas veces a la vanguardia o «transformando el capital étnico en económico» según la formulación de esta estrategia que utiliza estos días el filósofo del trap, Hernesto Castro, refiriéndose a Rosalía, una incorporación reciente a una tendencia del mercado ya añeja.
Un par de años después de componerse Rapture, otra diva blanca empezó a capitalizar la energía de aquella escena a su manera. Cuando sonaba el huevo, Madonna lo daba todo en la pista donde solía tener a dos o tres tipos siempre revoloteando a su alrededor, según cuentan en el documental Madonna: naked ambition sus amigos de entonces Fab 5 Freddy y Claudia Porcelli.
La ambición rubia se había mudado a Nueva York en el 79 para hacerse famosa y rica. Lo dijo sin un gramo de remordimiento en un pitch autobiográfico que se empeñó en incluir en el vídeo de su primer gran tour. Allí, en los primeros ochenta, invirtió todo su tiempo y dedicación en confeccionar su personaje, siguiendo un patrón cortado a medida para la MTV. En él iría incorporando todo que encontraba aprovechable a su paso por el underground.
Por descontado que el sexo es una de las materias primas esenciales de esa identidad sintética. Ella «hace uso de sus herramientas ‘femeninas’, por usar un término viejuno, para transformar capital sexual en capital económico», las palabras de Hernesto Castro referidas a La Zowi sirven de nuevo para enunciar una fórmula tan viejuna o más que la palabra «femenina» en el ambiente del filósofo.
El perreo, sin embargo, tenía una connotación diferente en la creación de la marca Madonna que en la fabricación de las identidades femeninas de las trap queens de hoy. Fab 5 Freddy recuerda que, a veces, le tenía que parar los pies a Madonna en la pista cuando pretendía «turn the tables a little bit» algo así como ponerse a los platos. Cuando ella le intentaba perrerar a él por detrás, de repente, el huevo dejaba de ser tan divertido. De adolescente, la cantante se había soltado la melena en clubes gays de Detroit como Menjo’s. De aquel ambiente, tomó prestada una actitud que no está en unas divas del trap cuyo método para canjear su capital sexual no coincide del todo con el de Madonna. Para crear sus marcas personales, hay disponible otro tutorial más reciente.
Su punto de partida es también una cenicienta marginal que se eleva al mainstream orientando hacia ella el foco mediático —la MTV en los 80, Instagram hoy—, pero, esta vez, ese estereotipo no es la fag hag —mariliendre— sino la ratchet. Quien había convertido a este cliché denigrante en multimillonaria fue Miley Cyrus en 2013 cuando dio el giro de la niña Disney a la malota que hace twerking con molly —MDMA—. Entre el set de herramientas de los que aspiran a la fama, la autoestigmatización premeditada es una de las que más se echa mano últimamente. Y en absoluto es exclusiva de las mujeres, un compositor con éxito inmediato como Bad Bunny se presenta en la mitad de sus temas como un incomprendido. Contextualizada en la economía de la atención, la palabra «puta» que aparece todo el rato en el vocabulario de La Zowie es un productivo eslogan estigmatizador. No es tanto autodefensa, como a veces se nos quiere hacer creer, y en poco se parece a la apropiación por necesidad de la palabra «maricón» por el colectivo LGTB. Se trata más bien de una provocación para alcanzar los pozos del combustible más energético de la economía de la atención: la indignación.
Bombear desde ellos exige cálculo, que te salga gratis y, también, algo de mala leche. La intención es hacer daño molestando a la monja y a la feminista por igual, independientemente de que su agenda sea reaccionaria o emancipadora. Dado que la primera no se entera, está claro que lo que se busca sobre todo es desestabilizar a la segunda, a la que se tiene más cerca. En esta misma línea, el discurso sobre la «mala feminista» dueña de su «putez» que dio Madonna al recibir el premio a la mujer del año en 2016 formaba parte de un beef con una examiga. La ultraliberal Camille Paglia le había acusado de «retrasar al colectivo femenino por haberse cosificado sexualmente a sí misma». Aquella gala resultó ser el púlpito desde el que ajustar cuentas y, ya de paso, moralizar con una actitud que la cantante ha mantenido a lo largo de los años. «Os voy a enseñar cómo ser libres» es el mensaje entre líneas que molestó a Isabella Rossellini, una de las famosas que colaboró en su libro erótico de 1992, cuando vio el resultado.
El mito individualista del triunfo de la voluntad, de rebeldes hechos a sí mismos luchando con el mundo por montera, tan madonnil, está hoy más vivo que nunca. Curiosamente, treinta años después, han vuelto los ochentas más posmodernos y antisociales con sus ídolos, tribus urbanas y comunidades, esta vez, online. La gente especialmente sensible a las tendencias de la segunda mitad de los años 10, desde Taburete a C Tangana, ha intuido que lo que se lleva ahora es la provocación retrógrada. Ya no hay sociedad, como anticipó Margaret Thatcher en 1987 o, peor aún, no está de moda.
La oleada reaccionaria, tanto política como cultural, con la que se despide una década lo tuvo en bandeja gracias a la penetración entre el público de instrumentos creados por y para reaccionarios. En sus laboratorios privilegiados, los yupi-hackers ensayaron el software como droga de diseño y desarrollaron programas maliciosos para hacerse con el control. Los inventores del capitalismo de vigilancia descubrieron una debilidad y la explotaron creando adicción a entornos de extracción —eso es lo que son Instagram, Youbube o las otras RRSS—. Los genios informáticos no necesitaron generar contenido digital. Ellos solo pusieron las redes y se sentaron a esperar a que lo hicieran los usuarios, montando un espectáculo emocional y visual con sus personalidades. Les incitan a darlo todo —su aspecto, su energía, su vida…—, mientras comercian con sus datos. Seríamos unos ingenuos si ignorásemos que este es el contexto de las provocaciones retrógradas de unos rebeldes que, en esto, no hacen sino seguir la corriente. Puede que la libertad de ofender sea un elemento dinamizador de los debates, pero, con tantos incentivos que hacen rentable la ofensa en forma de me gusta, fama o dinero, que luego salga gratis empieza a resultar problemático.
Tampoco se trata de ser aquí un aguafiestas. La celebración pura siempre exige concesiones y el sexismo está invitado a la fiesta donde no hay portero. Tras 30 años perreando, sabemos que es divertido, pero ¿de verdad empodera?¿cuánto? No haría falta dejar de bailar, bastaría con no atribuirle al twerking superpoderes que no tiene.
Desde aquel perreo falocéntrico sin falo de Madonna en el 82 hasta el más booty de hoy —con un falocentrismo discutiblemente superado, que más bien podría haberse desplazado, disimulando, a los márgenes de la pista—ambos comparten la esperanza del empoderamiento. En teoría, el poder se le arrebata al patriarcado dándole en toda la cara más de lo que pide —incluso de lo que no quiere, en el caso de Madonna—. Pero la táctica de escenificar hasta el paroxismo los roles sexuales tradicionales corre el riesgo de encontrarse con barreras que siguen ahí —como la erotización de la sumisión de la mujer o la idea de esta como el sexo incompleto, obligada a ponerse al día con nuevas técnicas o hardware—. No está nada claro que esta sea la vía para sortearlas.
¿Cómo de difícil se lo pone el empoderamiento sexista al machismo? De primeras, este ya obtiene el placer visual de la desnudez o de las poses eróticas y, además, dispone de tácticas que le salen baratas para neutralizarlo. «Cuanto más empoderadas estén, más placer en la conquista», por ejemplo, o «que sean ellas las que se esfuercen para darnos placer». A Tarantino le bastaron 45 segundos en Reservoir dogs para echar un jarro de agua fría masculina a las fantasías de Madonna de haberse hecho con el control a base de bailes sexy con encajes y lencería por encima de la ropa. Sucedía en aquel famoso diálogo de Like a virgin, que interpretaba él mismo al comienzo de su película. Aunque lo que se represente sea la iniciativa o hasta el dominio femenino, hay otra presencia de signo opuesto en el ambiente difícil de exorcizar con juegos de rol que exageran la diferencia.
Del mismo modo, buena suerte al feminismo liberal en sus planes de convertir las Armas de mujer en ventaja competitiva considerándolas activos financieros en el mercado. Por esta vía, la igualdad se alcanzaría como beneficio colateral que acompaña al placer obtenido comerciando y negociando libremente en el sexo entendido como un marketplace vertical sin restricciones.
Un ejemplo extremo del sálvese quién pueda individualista en que derivan concepciones como esta es el que utiliza la/el modelo Rain Dove al explicar su Capitalismo de género. Su androginia le permite desfilar unas veces como hombre y otras como mujer. Anima a todos a intentarlo capitalizando lo mejor de ambos géneros. Si hubiese estado en el Titanic, habría embarcado y viajado como hombre, cobrando más por su trabajo o con más espacios accesibles reservados a los de su sexo. Sin embargo, en el momento del naufragio se habría aprovechado de la prioridad de las mujeres de embarcar primero en los botes salvavidas.
Pero, los tiempos que corren no aconsejan poner el foco en asuntos de género olvidándose de las desigualdades intrínsecas al modelo económico. Incluso una de las biblias neoliberales de referencia como el Financial Times abría una edición en septiembre de 2019 con una portada que presenta a un capitalismo roto que se devora a sí mismo. Hasta el más believer se enfrenta ahora a indicios claros de que el casino meritocrático con el que fantasea estaba trucado. La banca siempre gana y esta resulta ser predominantemente masculina.
Imagina una maratón. En la línea de salida, algunos corredores tienen deportivas de último modelo, indumentaria especializada para correr, un ayudante que les da bebidas isotónicas, barritas de cereales y ‘spray’ anticalambres. A su lado, otros portan un chándal y unas zapatillas heredados de su hermano mayor y ni siquiera tienen una mochila en la que llevar una botella de agua. Ambos compiten por lo mismo: cruzar la meta antes que el resto. Eso sí, si el que tiene menos recursos no consigue llegar entre los primeros o no termina la carrera, será retratado como un fracaso personal.
Es el ejemplo que utilizaba Daniel Markovits en El Confidencial al presentar su libro La trampa de la meritocracia: cómo el mito fundacional de EEUU alimenta la desigualdad, desmantela la clase media y devora a su élite. Continuando con su alegoría, los hombres están mejor equipados para el maratón, pero no por mérito. La mayoría de las ofertas de trabajo, por ejemplo, ni siquiera se publican. El reclutamiento y la promoción suele depender de redes de confianza con más contactos masculinos que femeninos. Si esas redes los prefieren a ellos, es por pura afinidad.
En otro episodio de este blog dedicado al dancehall panameño —que tanto influyó en la escena puertorriqueña de DJ Playero, de donde salieron Daddy Yankee o Nicky Jam— se rastreaban los orígenes de ese latin lover fogoso que atrae a las mujeres como a moscas con un ritmo tremendamente sexy que incita a la celebración. Aquel fue el resultado de la evolución comercial de otro cliché que resultaba poco presentable para el gran público —un híbrido con rasgos del rasta y gansta abiertamente misógino, homófobo y violento—. Sus estridencias inadmisibles se pulieron en un proceso de «blanqueamiento» hasta dar con una forma de machismo más tradicional y aceptable. Las latin queen del reguetón se modelaron a si mismas con un espejo simétrico. La escena del trap en España se fija y replica a la del reguetón de los noventas y primeros dosmiles. Desde luego, adopta sus clichés de género y su falta de complejos al aceptar los cánones o prejuicios de toda la vida y, por extensión, admitiendo las desigualdades.
Lo cierto es que no es ninguna novedad poner a cotizar los valores de género. Lo llevan haciendo desde los inicios del capitalismo, con los masculinos siempre inflados artificialmente en el punto de salida. El feminismo liberal del empoderamiento hace poco por atacar a esos privilegios. Así son las cosas; una ruleta meritocrática amañada es la que decide: es el mercado, bitches.