El escándalo de Facebook como teleserie

Cambridge Analytica, el facebookgate, un drama original co-producido por el Guardian, el New York Times y Channel 4.

La cloaca futurista destapada por el caso Cambridge Analytica —el escándalo que socavó la reputación de Facebook en marzo— resulta mucho más fascinante que la distopía high tech de cualquiera de los episodios de Black Mirror. La cobertura periodística elegida para la ocasión ha servido la información convertida en una superproducción mediática. Una miniserie que sucede en la realidad aumentada en la que vivimos. Su argumento, sus personajes y su sentido de la oportunidad y del ritmo merecerían estar nominados a varios meta-emmys, si existieran.

El estreno

Hace tiempo que ya se sabía algo acerca de las actividades sospechosas de la consultora electoral Cambridge Analítica. Pero para el gran público, el estreno del culebrón periodístico basado en ella fue el 17 de marzo de 2018. Los lectores del Guardian y del New York Times desayunaron ese domingo con largos artículos encabezados por la foto de un chico joven con el pelo rosa. Era un ex-trabajador de la empresa que había decidido contar todo lo que sabía. Sus revelaciones tenían que ver, en especial, con el papel que Facebook podría haber jugado en la elección de Trump.

Yo cree la máquina de guerra psicológica jodementes de Bannon (jefe de campaña de Trump)

El chico del pelo rosa para The Guardian 17/03/2018

El show siguió in crescendo al día siguiente. Con un sentido de la oportunidad admirable, un canal de la televisión inglesa ya tenía para entonces preparado un reportaje. El que cantaba como un canario esta vez era un directivo cazado con cámara oculta en restaurantes elegantes de Londres. El programa incluía un oportuno cameo de Hillary Clinton grabado con meses de antelación.

Una semana después, otro veinteañero lucía su vistosa barba en otra pieza dominical del Guardian. Entonces, lo que salía a la luz era el papel que, presuntamente, Cambridge Analítica había tenido en el Brexit.

El argumento

Básicamente, lo que sucede en esta miniserie es que la empresa matriz de Cambridge Analítica había conseguido «armamentizar» Facebook y usarlo para ejecutar operaciones psicológicas. Son estrategias propias de la guerra de información con las que experimentan los militares. La novedad era que las estaban empezando a aplicar masivamente a votantes para influir en los resultados de elecciones a favor del partido que pagara.

Con ese know-how heredado y dinero de los republicanos de EEUU, se crea Cambridge Analytica para intervenir en procesos electorales en Europa y Norteamérica. Esto pone en marcha una maquinaria de propaganda con una intensidad desconocida hasta el momento en países del primer mundo. Cuenta con millones de perfiles psicográficos detallados de votantes a los que se bombardea con contenidos digitales a medida. Mensajes altamente emocionales proveniente de fuentes que no se pueden rastrear.

Estas técnicas se utilizan tanto para radicalizar a votantes republicanos como para desmotivar a votantes demócratas. También se usan durante la campaña del Brexit a través de una filial canadiense.

En todos los casos, Facebook es la herramienta clave. De esa red social se sacan los datos para hacer los perfiles psicográficos y en ella se sirven los anuncios y fake news a medida.

Viaje a las entrañas

Por feo que suene, nada de lo anterior supone delitos graves. Es poco probable que ninguno de los implicados acabe en la cárcel. Quizás, por eso, aquí casi nadie parece compartir mi entusiasmo por esta trama. Deben de verlo como algo lejano que, en el fondo, tiene poca chicha. A estas alturas, ya estamos todos un poco anestesiados. El partido del gobierno ha puesto el listón muy alto respecto a lo que consideramos que es un escándalo.

Pero lo que se ha descubierto estos días con Cambridge Analítica nos permite hacer un viaje a las entrañas de un capitalismo digital del que todos formamos parte. Con casos así, vamos sabiendo lo que se esconde tras muchas de esas promesas tecnológicas que, supuestamente, nos están llevando a un mundo mejor. En realidad, nos acercan a un submundo de sórdidas cloacas pobladas por personajes con impulsos inquietantes.

En el firmamento corporativo anglosajón, los héroes de los negocios suelen brillar como rock stars por un tiempo. Luego, pueden acabar liándola muy parda —como pasó con Enron o con Lehman Brothers—, dejando atrás todo tipo de marrones que nos comemos los demás. Hoy en día, es en el ambiente tecnológico donde los tipos listos se amontonan preparando alguna de sus típicas catástrofes. De hecho, hace ya años que se intuía que Zuck y los suyos eran los que estaban a punto provocar la siguiente.

Es curioso observar como este caso en particular es capaz de unir a dos generaciones de tipos listos con sensibilidades muy diferentes. ¿Qué les motiva a participar juntos en un programa de manipulación de las emociones al margen de toda ética que afecta a una sociedad entera?.

Hagamos un salto atrás en el tiempo a los primeros 90 para conocer a los promotores de todo.

Etonianos

Eton es un colegio inglés segregado donde se forma a la élite masculina británica. Si vas allí, es que tienes una flor en el culo y te comportarás toda la vida como tal. Esa superioridad moral permite a sus ex-alumnos recorrer el mundo con mirada condescendiente y aprovecharse de cualquiera.

Etonianos de Eton donde se forma la flor y nata masculina british

Uno de ellos, interesado en la psicología de masas creó SCL (Social Communications Laboratories), una agencia de publicidad con pretensiones científicas basadas en ideas novedosas pero poco desarrolladas.

Utilizando las «técnicas de Hitler o Aristóteles», «nos dirigimos a la gente en el plano emocional para hacerles estar de acuerdo a nivel funcional».

Publicidad de SCL según una entrevista con un ex-trabajador anónimo en FastCompany.

La empresa languideció durante los 90s como contratista privado en conflictos armados y procesos electorales en el Caribe o en África Subsahariana. Allí donde operaba, SCL tenía que conformarse con clientes de segunda, mientras que los partidos o bandos importantes trabajaban con competidores de más prestigio.

Kenya era uno de los logros de los que alardeaban al presentar sus servicios a otros clientes. En realidad, solo habían conseguido encargarse de la campaña del presidente cuando los otros no estaban interesados. Había sido acusado formalmente de corrupción por el Tribunal Penal Internacional. La aportación de SCL fue inventar la versión de que esas acusaciones eran ataques imperialistas y xenófobos del exterior y esparcirla por el país. El éxito fue parcial y el cliente remontó solo a medias.

Pico de oro

A principios de este siglo, otro etoniano se hizo cargo de la rama londinense de SCL. Se trataba de un vendedor distinguido con pico de oro y tan estirado que la mujer de Beckham, a su lado, parece Doña Rogelia. Decidió centrar su división exclusivamente en intervenir en campañas electorales y llamarla SCL Elections. La actualizó a los nuevos tiempos dándole el aire de una startup contratando a becarios jóvenes, que trabajan con más entusiasmo y por menos dinero.

Entonces, sucedieron dos cosas que dieron un giro a esta historia. Una fue que en Londres reclutaron a un prometedor analista de datos que les enseñó los poderes de su magia digital millennial. La otra, una epifanía que experimentó el jefe al viajar a los EEUU y reunirse con la derecha alternativa americana.

El chico del pelo rosa

Este personaje gay, vegano, feminista, neo-liberal-progresista, fashionista, canadiense que se tiñe el pelo de rosa para tirar de la manta me tiene maravillado. Que alguien me explique cómo se puede tomar la resolución de no comer carne por empatía con los animales y, luego, no ser capaz de reservarse un poquito de esa supuesta ética para el género humano.

Lo que hacían con las personas en su trabajo, trasladado a otra especie, sería el equivalente a torturar a un rebaño de corderos con imágenes de lobos hasta alienarlos de tal forma que acaben mordiéndose los unos a los otros. Quizás ahora mismo nos iría a todos un poco mejor si a lo que se hubiese estado dedicando es a hartarse de ocakbasi con sus amigos en Dalston.

Él fue el genio millennial que en 2014 trajo sus trucos de analítica online a SCL Elections. Al parecer, de adolescente había sido activista político para opciones liberales progresistas en Canadá. Llegó a UK a trabajar para el partido Lib Dem con una visa para gente talentosa, pero acabó aliándose con contratistas mercenarios. Cuando estaba estudiando un máster sobre tendencias de moda, los de SCL se acercaron a él y lo reclutaron.

Innovar en la sombra

¿Qué pueden tener en común el oportunismo neocolonial de los etonianos con el idealismo progre canadiense?. Por lo que parece, la ventaja competitiva que otorgan los negocios alegales es un gran incentivo. Es capaz de unir a quienes llevan el laissez faire mercantil en la sangre vengan de donde vengan.

Innovar en la sombra es una de las aficiones a las que dedican gran parte de su tiempo todos los tipos listos. Les encontrarás en su hábitat natural que son los espacios poco iluminados donde la frontera entre lo alegal y lo ilegal no está bien definida.

La moda de la política

El jefe del chico del pelo rosa se lo llevó a que les enseñase todo lo que sabía hacer con Facebook a sus nuevos amigos americanos de la derecha alternativa. La química fue inmediata.

Al director de campaña de Trump le entusiasmo su visión de la política como una moda. ¿Qué es la moda sino una especie de operación psicológica que juega con los deseos y las emociones de la gente? Unas Crocs o unas Uggs son una cosa fea hasta que, de repente, la moda las transforma en tendencia y todo el mundo las quiere. Trump es un par de Crocs esperando a ese punto de inflexión donde la gente pasa de verlo como un payaso a quererlo como presidente. Aquél chaval que dominaba las redes y la moda les podía ayudar a conseguirlo.

Los que ponían el dinero también estaban entusiasmados. «Nos encantan los gays. Son los que se anticipan a las tendencias y los que saben por dónde irán los tiros». Le decía una familia de mecenas republicanos. «Necesitamos a más gente como tú o como Milo (el troll gay de la alt-right que propagó una teoría de la conspiración misógina llamada Gamergate)». Todo esto tendría gracia si no se tratase de los Mercer, una gente con una agenda de la que hablaremos más adelante. La ahora infame Cambridge Analytica nació financiada por ellos.

Conexión Cambridge

Se entiende que eligieran ese nombre para la empresa al descubrir la cuarta pata que hace falta para sostener este banco: la academia. Cada Morty necesita un Rick que le abra las puertas de sus aventuras. El secreto de la magia del genio canadiense estaba en la ciencia y esta venía de la Universidad de Cambridge.

Operación Kitkat era como llamaban en el Centro Psicométrico de la Universidad de Cambridge a uno de sus experimentos con Facebook. Al juntar los datos de cientos de miles de usuarios, surgían patrones dignos de analizar. Los que hacían me gusta en «odio a Israel», por ejemplo, solían también hacerlo en Nike y Kitkat. Con resultados de este y otros estudios similares, psicólogos de esa universidad publicaron un trabajo que afirmaba que los datos de las redes sociales pueden usarse para detectar y predecir rasgos de personalidad con mucha exactitud.

operación kitkat de la universidad de cambridge

Esos datos los habían cosechado de Facebook con la app Mi Personalidad. Un cuestionario que, a cambio de puntuar los 5 rasgos principales de carácter de un usuario, accedía a su perfil y succionaba toda la información. Cambridge Analítica hizo una oferta a la universidad para comprarles lo recolectado y licenciar su método de recogida. Al ser para uso académico exclusivo, no hubo trato.

El científico ruso

Pero no todos allí son igual de remilgados. Un psicólogo ruso de la misma universidad propuso a Cambridge Analytica puentear a sus colegas y copiar su metodología. Con dinero de mecenas republicanos, pudo, además, aumentar la escala de la cosecha. Puso anuncios en plataformas como Amazon Mechanical Turk. Son esa clase de sitios donde malviven ofreciendo pequeños servicios digitales mal pagados los freelancers precarios de la nueva economía. A cambio de un par de dólares, daban permiso a que una aplicación se colase en su perfil de Facebook. Lo que muchos no sabían es que también estaban dando acceso al de todos sus amigos. En unos meses el investigador acumuló millones de perfiles. El mejor combustible para alimentar esa «máquina de guerra psicológica jodementes» que construía el chico del pelo rosa.

La forma en la que Facebook ha custodiado los datos de sus usuarios en este caso es lo que ha provocado la crisis de confianza a la que se enfrenta. A la red social le interesa que exista un ecosistema de aplicaciones de terceros que la rodean. Aumentan el interés por la plataforma y el tiempo de actividad que se le dedica. Sus equipos son capaces de detectar cuándo una app demanda grandes cantidades de información. Pueden investigarlo y pararlo. Pero no solo no lo hicieron. Cuando empezaron a publicarse las sospechas sobre este tipo de prácticas, su pasividad fue sorprendente.

Ahora no paran de reconocer el error y pedir perdón. Dicen que apenas conocen al científico ruso y que le ordenaron marcar una casilla confirmando que había borrado todos sus datos. Él les recuerda como le solían contratar para dar seminarios a la plantilla de Facebook. En ellos les explicaba sin reparos como aplicar internamente lo que había descubierto con los datos recogidos por encargo de Cambridge Analytica.

Republicanos bananeros

En uno de sus viajes de negocios a los EEUU, el fundador londinense de SCL hizo un gran descubrimiento: hacer negocios con una facción de los republicanos era como hacerlo con sus clientes habituales en África o el Caribe. Resulta que, en esos dos ambientes, el todo vale y el desprecio a las normas del sistema son muy parecidos.

Bannon no trabajaba todavía para Trump, sino que ejercía de agitador en la prensa alt-right con Breitbar News. Desde allí avanzaba hacia su objetivo de destruir el estado y eliminar sus programas arbitrarios contra la pobreza o la desigualdad. La suya es una guerra cultural declarada donde la supremacía masculina blanca o el ensalzamiento de las armas forman parte del arsenal disponible.

También lo es la política. Para cambiarla, hay que actuar desde la cultura. Cuando Bannon se enteró de que alguien estaba consiguiendo dominar las redes sociales para convertirlas en un arma de guerra psicológica, inmediatamente, quiso contar con ellos. Él fue el quien les recomendó crear Cambridge Analytica y domiciliarla en Delaware. También les presentó a gente con dinero que estarían encantados de financiar algo así.

Mediocres unidos

En este mundo, o bien eres multimillonario, o eres un mediocre. El problema es que los mindundis se las han arreglado para unirse creando el estado de bienestar e impidiendo a la sociedad avanzar. Tal es la forma de clasismo embebida en una visión extrema del libertarismo que se ha extendido por gran parte del a cultura política de los EEUU. Es el mismo clasismo que, con más o menos disimulo, se esconde tras la mentalidad de muchos innovadores de Silicon Valley.

En la novela La rebelión de Atlas de la escritora Ayn Rand, la raza superior de los emprendedores se esconde en un refugio de las Montañas Rocosas a esperar a que el caos de la mediocridad acabe con la civilización de los demagogos intervencionistas. Luego salen con el dólar como estandarte a crear una sociedad individualista ideal mediante el comercio libre.

Ayn Rand el manantial

Ese es uno de los libros y de los escenarios de futuro favoritos que contemplan un oscuro mecenas republicano y su hija. Ellos fueron los que que financiaron a Cambride Analytica en sus inicios. Su objetivo en la vida es usar el poder del dinero para quitárselo a los mediocres organizados. Cuando a nuestra civilización le haga falta darle un empujoncito hacia el abismo, allí estarán ellos al borde del precipicio.

Gente como esa con su billetera te anima cualquier party. Inesperadamente, el moderneo canadiense, el bananeo republicano, la flema etoniana y el despiste académico socializaban a las mil maravillas. Ya solo nos faltan un par de arquetipos más del liberalismo anglosajón para que se monte otro de sus monumentales pollos.

Los brexit kids

La campaña a favor del brexit no solo tuvo la imagen algo casposa que proyectaban Nigel Farage o Boris Johnson. También mostró un lado joven y cool mediante el grupo BeLeave. Los que movían los hilos de esa cara fresca del sí en las redes sociales eran amigos del analista de datos canadiense.

Él fue quien presentó a los del partido conservador a su pandilla. Eran un grupo de jóvenes de veintipocos años que personifican el tópico de la diversidad londinense. El chic renegado a lo «ocupar Wall Street» con camuflaje y pelo rosa alternaba con la barba hipster de un amigo paquistaní y el look de novato aniñado de otro británico estudiante de moda.

Estos dos últimos, al contrario que la mayoría de la gente de su edad que les rodeaba, estaban activamente implicados a favor del sí en el referéndum. Sus razones no iban en la línea de quienes critican a la UE como un foro de negociación para lobbies excesivamente neoliberal con déficits democráticos importantes. En el fondo, lo hacían por patriotismo. Para el chico paquistaní, por ejemplo, era la forma de devolverle a Inglaterra todo lo que les había dado a él y a su familia. Ese país les había salvado la vida al acogerlos como inmigrantes.

A pesar de que ganó el sí, esos jóvenes activistas ya no están tan contentos como cabría esperar. Parece que la frescura de sus contenidos digitales no era la única razón para que les confiasen parte de la campaña. Su idealismo nacionalista ingenuo les convirtió en los tontos útiles de los tories. Han descubierto que les usaron para saltarse los límites de financiación electoral y luego cargarles el muerto.

Tan lejos, tan cerca

Da la sensación de que el analista canadiense no le ahorró el mal trago de enredarse en este lío a casi ningún contacto en su agenda. AIQ es una una pequeña y desconocida agencia de publicidad digital de su país. Su actividad ha sido un no parar trabajando para Cambridge Analytica y para los grupos del Brexit. Resulta que la fundó el chico del pelo rosa con un amigo suyo de la infancia. Se dice que su papel fue clave en los últimos días del referéndum para arrancar unos cuantos síes de los perfiles detectados como persuasibles, que pudieron ser decisivos en el resultado.

¡Qué diferente esa pandilla londinense de otra que protagonizó el episodio macedonio de las fake news!. Es curioso como cada uno por su lado llegó a conclusiones parecidas. El año pasado lo contábamos en este artículo de Hijos Acabados. Sucedió en Veles, una ciudad de Macedonia azotada por el paro. Allí, chavales de esa misma edad descubrieron cómo ganarse unos pocos dólares con las elecciones americanas. Lo hacían publicando noticias falsas y distribuyendolas en grupos de apoyo a Trump.

Ellos no estaban en el sitio adecuado para que multimillonarios americanos o políticos británicos les llenaran los bolsillos. Tampoco conocían las investigaciones de la universidad de Cambridge sobre perfiles psicográficos en Facebook. Pero, a base de intuición, probando el contenido que generaba likes, lo descubrieron por su cuenta.

Es posible que se haya mitificado el papel de todo ésto en el resultado real del Brexit o la elección de Trump. A la prensa le encanta un buen escándalo y a Cambridge Analytica, alardear. Pero la economía subterránea creciendo en la sombra para explotar nuestros datos personales es muy real.

San Zuck, el buen mártir

Zuckerberg ha abandonado por fin la manía que tenía últimamente de hablar como si fuese el presidente del gobierno del planeta Facebook, pero se las ha arreglado para sustituirla por otra peor. Ahora, suena al Papa de la iglesia de la tecnología. Su misión en la vida es servir a su comunidad global de usuarios y preocuparse por los pobres. Por eso, Facebook es y seguirá siendo gratis: para que tengan acceso los más desfavorecidos.

En lugar de esa manera que tienen de servirles, a cambio de adicción, vigilancia y spam, quizás deberían de pararse escuchar lo que dicen. La crisis de refugiados Rohingyas del año pasado en Myanmar se agravó por una campaña del discurso del odio en Facebook. El gobierno de Sri Lanka ha acusado a la red social de permitir la propagación mensajes racistas, que acabaron provocando disturbios anti-musulmanes.

La respuesta de San Zuck al escándalo de Cambridge Analytica ha sido autoflagelarse varias veces en público y marcarse un juancarlos de diez horas ante el Congreso y el Senado de los EEUU. A pesar de que no fue capaz de dar explicaciones ni de ofrecer una versión convincente de los cambios preventivos que piensa introducir su plataforma, escenificar arrepentimiento frente a las cámaras le ha servido para calmar al mercado y a la opinión pública.

La crisis de reputación a la que se se enfrenta su compañía ha empezado a zanjarse sin pasarle apenas factura. Su valor en bolsa remontó después de una caída inicial, mientras las cifras de usuarios o de tiempo de actividad que le dedican a diario no se han visto verdaderamente afectadas.

Fake news master

Se esperaba que los senadores y congresistas friesen a preguntas incómodas a Mark Zuckerberg en su comparecencia, pero no fue así. Probablemente, tenga algo que ver el hecho de que la influencia mundial de las grandes tecnológicas norteamericanas se contempla como un valioso activo nacional. En el fondo, es una forma de poder blando que no conviene poner en peligro.

En varias ocasiones, la cara de Zuckerberg fue un poema, pero, al final, la sangre nunca llegó al río. A ratos en en sus intervenciones, sonó incoherente y kafkiano. Como cuando se hizo un pequeño lío al tratar de explicar el enrevesado proceso de los «perfiles en la sombra». Quienes no usan la plataforma, para conocer los datos personales que Facebook recoge de ellos, necesitan abrirse una cuenta y aceptar las condiciones de privacidad que permiten vigilarles. Al darse de baja, nada les garantiza que sus datos serán borrados o que la compañía dejará de espiarles.

Otras veces, daba la sensación de no conocer la actividad de su empresa. Su respuesta estrella fue prometer mirarse el asunto con los de su equipo y terminar de contestar a la pregunta otro día. Además, como buen gurú de la plataforma de las fake news, también fabricó las suyas. Ante el parlamento, hizo declaraciones que contradicen claramente hechos que ya se conocen. La revista del prestigioso MIT y otras publicaciones especializadas han detectado varias mentiras en su comparecencia.

Autodesregulación

Allí en las alturas, tampoco todo es paz. Entre dos de los sumos sacerdotes de la tecno-iglesia, hay un beef montado desde hace tiempo. Al populismo de Facebook, le planta cara el elitismo de Apple. Tim Cook no para de criticar el modelo de negocio de la red social y —no os lo perdáis— ha dicho que el tiempo de la autorregulación ha terminado. Ahora se le llama así a la desregulación.

La autodesregulación total ha sido el paradigma dominante entre los místicos de la innovación. Pero, conforme se encienden los focos, vamos descubriendo lo que se esconde en esas zonas grises de legalidad donde los tipos listos se encuentran tan a gusto. Algunos de los que fueron seducidos por la utopía tecnológica empiezan a pensar que cierto grado de intervención es conveniente.

Votantes americanos se han fijado en un detalle del caso Cambridge Analytica. Como la información se cosechó en Europa, pueden invocar las leyes de protección de datos de la UE. Acogiéndose a ellas, están reclamando que la compañía les muestre sus perfiles o los destruya.

Facebook ha prometido extender voluntariamente el standard de protección europea a todo el mundo en sus condiciones de privacidad, a pesar de que no lo cumple. También ha reforzado el nivel de seguridad en las apps que utilizan la plataforma. Cada día que pasa, anuncia un nuevo apaño para recuperar la confianza perdida.

Tambores de regulación

Este cambio de sensibilidad no solo afecta a usuarios y empresas. Por su parte, la autoridades están hablando de introducir más controles e impuestos para las tecnológicas. Empieza a no colar la estrategia de anunciar soluciones que en el fondo son imposibles de implementar y, luego, pedir perdón.

Cuando se oyen tambores de regulación, es el momento de preparar los maletines y tener las puertas giratorias bien engrasadas. En las semanas previas a la comparecencia de San Zuck, la actividad de sus lobbyistas en Washington Hill está siendo frenética.

Capitol Hill el capitolio centro neurálgico del cabildeo tech

Se están organizando las cacerías para una de las modalidades favoritas de los tipos listos: la captura del regulador. Años de desregulación han permitido que se creen unos pocos gigantes tecnológicos que actúan como monopolios. Ahora son capaces de influir para que se promulguen normas a medida para ellos que afiancen sus modelos de negocio tóxicos.

Modelo/disparate

Convertir a los usuarios en adictos dejando que usen gratis tu plataforma sumiéndolos en un loop de dopamina constante. Disfrazar ese vicio digital que has creado de servicio a la comunidad global. Mientras tanto, extraer en segundo plano todo tipo de datos de la actividad para venderlos a anunciantes que pagan por usarlos.

Lo mires por donde lo mires, no hay por donde cogerlo. Incluso algunos de los que crearon el modelo de negocio de Facebook piensan ahora así. Se dice que la red social aún está a tiempo de hacer una transición hacia un modelo de suscripciones a lo Netflix. De esa forma, no dependería tanto de enganchar y espiar a sus usuarios.

Extractivismo de datos

El revuelo que se ha formado con el escándalo de Cambridge Analytica no está sirviendo para llegar al fondo de la cuestión. La economía subterránea que explota nuestros datos sigue funcionando a toda máquina en segundo plano.

No se trata de cuestionar un modelo de negocio en particular o la gestión de un CEO más o menos responsable. Ni tampoco de pedir más y mejor regulación. Estos casos sirven para destapar la cloaca en la que se está convirtiendo el tráfico de datos. La cuestión principal es preguntarse a quién pertenece y cómo debe de gestionarse la información que generamos.

Como en la fiebre del oro, los datos en el modelo actual son en la práctica de quien los extrae. Una labor de minería a la que se dedican, sobre todo, gigantes tecnológicos. Los almacenan en grandes cantidades y luego pueden hacer con ellos prácticamente lo que quieren. Al final, unos cowboys como los que acabamos de conocer son los que se benefician de nuestra información personal.

Con una mirada crítica, se empieza a hablar de extractivismo de datos. Hay proyectos y planteamientos alternativos que los consideran como un bien común. Nuestras ciudades o la sociedad en general los necesitan para funcionar. La información sobre movilidad, por ejemplo, es esencial para organizar el tráfico. Barcelona o Amsterdam están desarrollando nuevos enfoques donde las personas son las titulares de sus datos y no los que comercian con ellos. Para garantizarlo, se propone un modelo público de gestión con garantías, que evite que empresas o gobiernos los patrimonialicen.

Próximamente en las pantallas

Nuevos dramas de privacidad como el Facebookgate se estrenarán, próximamente, en las pantallas. Google es un Facebook en potencia; Snapchat preparaba un tipo de acceso a aplicaciones de terceros como el que ha fallado en esta historia; Tinder no protege los datos íntimos que almacena ni siquiera con la encriptación mínima que tiene cualquier web; Grindr ha filtrado el estado respecto al VIH que le habían confiado muchos usuarios; los de Uber se entretenían con los datos de movilidad de sus clientes para adivinar y publicar quienes habían tenido sexo el fin de semana. Un goteo que debería de aumentar la concienciación con lo que está sucediendo.

¿Hasta dónde llegará la crisis de confianza en el modelo actual? Yo espero que sea muy profunda; que no solo afecte a Facebook y a su negocio, sino a toda la economía digital; que, con historias como esta, la comparsa que lleva años celebrando la innovación y la tecnología a cualquier precio empiece a pensárselo.

Al ver a Zuck en la prensa arrepentido frente al Congreso, la mayoría del público asintió aliviado dándole la razón a ese joven de aspecto sano y responsable, pero hay demasiado en juego para que nos conformemos con un poco de teatro.

A pesar de todo, hay que reconocerle al Papa lo que es del Papa. Enhorabuena, tipos listos del ecosistema de Facebook. No nos habéis defraudado. La habéis liado tan gorda como se esperaba. Gracias a vosotros ahora tenemos otro marrón monumental del que ocuparnos.

Los móviles un peligro mental

Este texto se publicó en el número de 2018 de la revista Hijos Acabados. Los dibujos son de Mikel Larraioz para ese artículo.