Es fascinante leer sobe las peripecias de los primeros pobladores del ciberespacio. Internet apareció como un lugar prometedor y liberador pero, a principios de los noventa, empezó a mandar señales de que, en realidad, era un lobo con piel de cordero. Solo unos pocos supieron interpretar esas señales y aquí estoy siguiendo a algunos de esos pioneros del ciberespacio que dieron la voz de alarma hace muchos años.
Carmen Hermosillo es una de mis inspiraciones. Ella participó en las primeras comunidades virtuales que aparecieron a finales de los ochenta. En su día. publicó textos, que hoy siguen conservando una vigencia asombrosa, donde analizaba de forma crítica lo que veía que estaba pasando en esos nuevos mundos digitales.
The WELL, la primera comunidad virtual

The WELL es una de las comunidades virtuales más antiguas fundada en California en 1985. Uno de sus miembros originales fue Howard Reinhold el padre de la idea de la «comunidad virtual» que se inspiró en su experiencia en The WELL para escribir un influyente libro donde inventó ese concepto. Para él, los lazos que se generan entre sus habitantes o WELLbeings son tan fuertes o más que los del mundo real.
Esta comunidad en concreto era conocida por estar habitada por intelectuales y gente creativa, especialmente, visionarios del mundo de la tecnología que se juntaban a chatear en sus foros. La revista Wired en 1997 contaba su historia calificándola como la comunidad online más influyente del mundo por delante de AOL.
En ella la tecno-utopía era el dogma oficial. Se compartía la idea de que las comunidades online nos llevarían a un mundo mejor, conectado, igualitario y democrático.
Todo tenía un toque jipiy. Los fans del grupo Grateful Dead, que solían acompañar a la banda en todos sus conciertos, se organizaban en sus foros.
Pero Humdog, que era el alias de Carmen Hermosillo, no compartía el tecno-optimismo que reinaba en aquel entorno y se dedicaba a hacer controvertidas intervenciones que incendiaban los foros. La suya era una visión crítica que ponía el foco en un par de cosas que no solían tener en cuenta los otros aficionados a The WELL.
Pandora’s Vox: sobre las comunidades del ciberespacio
Es el título de un ensayo que Carmen publico en 1994 donde analiza con mucha lucidez esos lugares de encuentro de los primeros cibernautas y donde cuenta las conclusiones que ha sacado de su participación de The Well.
Resulta fascinante leerlo en el momento actual en el que esas comunidades virtuales han mutado convirtiéndose en redes sociales globales con miles de millones de usuarios.
A pesar de ser un texto corto, en él aparecen esbozadas algunas cuestiones que varios años después darán mucho que hablar.
Mucho antes del caso Snowden o de la polémica sobre el derecho al olvido en Google, Humdog avisa a los otros internautas de que sus conversaciones quedarán grabadas para siempre en los registros de las plataformas y, según sus palabras: «permanecerán susceptibles de escrutinio por gente tan simpática como el FBI», que le consta que suele acceder a ellos.
Fue una pionera en criticar el discurso generalmente aceptado de que el ciberespacio es un lugar donde reina la libertad de expresión. Para ella, es una herramienta de vigilancia que la gente acepta con naturalidad, lo mismo que acepta la censura de los organizadores que penalizan a los que utilizan la palabra «fuck» o suben contenido sexual.
Otro de los temas que más le preocupó fue la peligrosa ilusión de realidad que existe en las relaciones virtuales. En ellas es muy fácil confundir lo real con lo virtual. Ésta fue una lección que aprendió por el camino difícil: una relación amorosa virtual en The WELL le había roto el corazón. Por eso intento dejar la red dos veces sin conseguirlo. Solo era capaz de aguantar varias semanas, hasta que acababa conectándose de nuevo.
Pero la segunda vez que volvió lo hizo con otra actitud, más crítica y combativa. Fue entonces cuando empezó a desarrollar la parte que me parece más interesante de su análisis.
Carmen pone el foco en el papel del medio donde suceden las interacciones —una plataforma propiedad de una gran corporación—. A partir de las teorías sobre la hiperrealidad del escritor francés Baudrillard, al que menciona en su ensayo, y con ecos de La sociedad del espectáculo del situacionista Guy Debord redacta su veredicto: el ciberespacio es un agujero negro capitalista que engulle energía y personalidad. Al exponer nuestras vidas en la red estamos creando con ellas un espectáculo emocional que es un producto para los dueños de las plataformas, nos estamos mercantilizando o comoditizando —convirtiendo en commodities o materias primas en un proceso de producción—.
Esto es una traducción de lo que se dice en ese texto sobre el tema:
Está de moda sugerir que el ciberespacio es como una isla donde la gente es libre para soltarse y expresar su individualidad. Eso no es así. He visto a mucha gente esparciendo sus emociones —sus entrañas— en la red. Yo misma lo hice hasta que empecé a ver que me había mercantilizado —o commoditizado—. Mercantilizar significa que conviertes algo en un producto que tiene valor monetario. En el siglo XIX los productos se hacían en fábricas por trabajadores que, en la mayoría de los casos, estaban explotados. Pero yo estaba transformando mis pensamientos interiores en materias primas para las corporaciones propietarias de la plataforma donde las subía como Compuserve o AOL. Y esa commodity era entonces vendida a consumidores como entretenimiento. El ciberespacio es un agujero negro, absorbe energía y personalidad y la representa como un espectáculo emocional. Esta hecha por negocios que mercantilizan la interacción y la emoción. Y nosotros nos perdemos en el espectáculo.
A la mayoría de cibernautas no les hacía gracia que viniese alguien a decirles que con su pasatiempo favorito estaban mercantilizando su vida y, cada vez que Humdog aparecía por un foro, se solía montar un buen pollo. Pero, precisamente, lo que dice Carmen Hermosillo me parece interesante porque se trata de una crítica que hecha desde dentro por alguien que está sufriendo las consecuencias. Es la denuncia de una víctima que avisa a los demás de un peligro del que ella misma no consigue alejarse.
Esa contradicción marcó su vida y tuvo que ver con las circunstancias en las que murió, como vamos a ver a continuación.
Confesiones de una exclava de Gor

Años después de haberla liado muchas veces en los foros de The WELL, Carmen se introdujo en una nueva comunidad: Second Life, ese mundo virtual basado en gráficos y poblado por avatares, donde se puede crear cualquier cosa.
Junto con un grupo de residentes, construyó una ciudad medieval francesa en una isla de su propiedad, donde desarrollaron un reino con duques y caballeros que inspiró una novela titulada Yo, avatar.
Una noche, aburrida en uno de sus paseos por los mundos virtuales de Second Life, conoció a un hombre que le introdujo en una de las comunidades de Gor, un juego de rol inspirado en una novela que transcurre en una civilización donde existe la esclavitud sexual.
Carmen pasó por la ceremonia donde su amo le impuso un collar, un rito con el que consentía en pasar a ser su Kajira (su esclava sexual) y se fue metiendo cada vez más en ese mundo de dominación sado-masoquista. Confesiones de una esclava de Gor son una serie e artículos que publicó en 2006 contando su experiencias.
La cosa tampoco acabó bien esta vez y fue rechazada por su amo. Volvió a pasarlo mal, lo mismo que le había sucedido en The WELL, pero tampoco abandonó Second Life. Lo que hizo fue dedicarse a crear un refugio dentro del juego para esclavas de los mundos de Gor que habían sido abandonadas, donde llegó a contratar a un psicólogo al que pagaba ella misma para que les ayudase a superarlo.
Una vida virtual, una muerte real

Es el título de un artículo donde se puede leer la vida de Carmen contada por gente que la conocía incluido el autor del libro Yo, avatar.
Por lo que allí se dice, en paralelo a lo que le sucedía en el ciberespacio, su vida real tampoco parecía ir del todo bien.
Se había quedado sin trabajo y tenía problemas de salud. Necesitaba tomar medicación para una afección cardíaca que arrastraba desde que había tenido lupus. Su forma de alimentarse y su modo de vida no ayudaban. Los paseos por Second Life no cuentan para mejorar una enfermedad cardíaca que se sufre en el mundo real.
Un día en verano de 2008, su hermana, extrañada de que no respondiese a sus email, llamo a su casera para enterarse de que Carmen había muerto estando sola en casa.
Gente que la conocía ha publicado que creen que se trató de una especie de suicidio pasivo. Parece que ella solía bromear diciendo que si quería morir, solo tenía que dejar de tomar sus medicinas. En alguna de sus publicaciones, también había comentado que no le extrañaría que alguno de los juegos de Second Life acabasen en un suicidio.

Carmen no solo era Humdog, sino que tenía varios aliases y manejaba varios avatares (otro de ellos era Montserrat Snakeankle). Parece ser que hacía pocos días los había cancelado todos a la vez que había dejado de tomar sus medicinas.
En este otro post, la hermana de Carmen piensa diferente y cuenta cómo había encontrado trabajo y da detalles de cómo encontró la casa que le hacen pensar que no fue un suicidio.
Sea lo que sea lo que sucedió, tanto sus amigos como su hermana tienen claro que los peligros de la vida virtual de los que quería avisarnos acabaron pesándole factura en su vida real.
Aparceros digitales
Cuando leí Pandora’s Vox me entusiasmo la forma con la que ponía en palabras algunas de las sensaciones que me provocan las redes sociales.
Llamadme antiguo, pero siempre me he sentido raro subiendo cosas a Facebook. No es que tenga ningún inconveniente en contar mi vida, ni tampoco en hacer cosas gratis, si se trata de un proyecto que me gusta. Pero no acabo de verle la gracia a eso de aportar mi granito de arena para rellenar de contenido la plataforma de unos mega-ricos afincados en california que me caen mal.
Cuando participamos en alguna de estas plataformas que se basan en contenido generado por el usuario, estamos trabajando la tierra de otros. Como los aparceros, nos esforzamos por cuidar esas parcelas de las que no somos realmente propietarios.
Esto no tiene nada de malo siempre que sea lo que uno verdaderamente quiere. Para estar seguro es necesario hacer un calculo poniendo a un lado de la balanza el esfuerzo y los recursos que hay que invertir en las redes sociales y, en el otro, los frutos que se recogen o el servicio que se recibe. Si la conclusión es que lo segundo pesa más que lo primero, adelante. Pero, ¿no se sobrevalora muchas veces el capital social que cuesta tanto trabajo acumular en esos entornos?
Hay que reconocer que las redes sociales nos han traído un nivel de conectividad desconocido hasta ahora y que podemos compartir con todos cosas que antes solo compartíamos con unos pocos: el vídeo que estas viendo, la música que estás escuchando o lo que estás pensando.
Pero, en mi caso, me da la sensación de que requieren de demasiado tiempo y dedicación. Al final, son ellas las que acaban tomando el control. La verdad es que les hago muy poco caso y apenas las utilizo para temas personales.
Este blog es una excepción donde, lo mismo que Carmen Hermosillo, no soy capaz de evitar aquello que critico. Sin embargo, no os preocupéis porque me lo tomo con un a pachorra bastante sana.

Creo que esta sería una buena forma de homenajear a Carmen Hermosillo pionera del ciberespacio: La próxima vez que vayas a subir algo a FB, detente un poco a pensar en lo que decía Carmen sobre la mercantilización de nuestra personalidad convertida en espectáculo para mayor gloria de San Zuck, ese hacker convertido en gran filántropo.